Qué fantástica la definición que
leí hace unos días de Juan José Millás sobre Louise Glück (Poeta estadounidense, 1943). En ella la
definía, como a todos los poetas, como una escritora Porqueno, y excusaba al mismo tiempo esta definición de la
diferenciación que mantiene uno de los personajes de su nueva novela, La mujer loca, entre “gente Porquesí” y “gente Porqueno”; dependiendo de la mayor o menor facilidad para adaptarse
a las convenciones.
Esta singular forma de clasificación, animada por la literalidad etimológica del término utilizado, es seguramente lo que me ha resultado más atractivo, lo que ha despertado mi atención hasta el punto de hacerme reflexionar sobre si verdaderamente existe esa diferenciación y si en caso negativo, debería existir. Sobre si es cierto que hay personas que hacen (o dejan de hacer) las cosas por que sí, porque es lo que toca, lo normal, lo que todos esperan… o si, por el contrario, hay otras muchas que se mueven y viven guiadas únicamente por el impulso del porqueno.
No cabe la menor duda de que es
en este segundo grupo donde deberíamos querer estar. Ansío formar parte de esas
personas que nunca encuentran techo a sus sueños, que diferencian sus días por
la suma de peldaños que consiguen avanzar, que exprimen cada segundo como si
la vida se renovara ante ellos cada
mañana, donde el porqueno se
convierte en motivo suficiente para actuar. Cómo no darnos cuenta que lo verdaderamente
gratificante está en todo aquello que obtenemos tras atrevernos a cruzar la
puerta de lo desconocido, de lo difícil y diferente, de lo que nos resulta a
priori incómodo, incluso agotador.
Solo después de poner nuestros límites
inexcusablemente a prueba una y otra vez, conseguiremos romper los techos que
nos fijamos torpemente cada día.
Solo así reconoceremos la lógica infinitud
de nuestras capacidades.