Creo que se ha convertido en algo
común cada vez que escribo, el mostrar mi indiscutible defensa hacia todo lo
relacionado con el crecimiento personal y con la implicación que cada uno de
nosotros deberíamos dedicar a conseguirlo.
Pero quizás esta vez, y motivada
por unos textos y reflexiones que he leído en estas últimas semanas, quiero
defender precisamente el valor de lo inamovible, de la autenticidad, de ese privilegiado lugar en el que todos deberíamos
desear estar y que es precisamente donde nos sentiremos personas únicas y
especiales. Tal vez, porque sé de las dificultades reales que conlleva todo
proceso de cambio y conocimiento personal hasta alcanzar este lugar; es por lo
que admiro tanto a esas personas auténticas, identificables sea cual sea la
circunstancia y el momento de su vida. Son personas con las que es delicioso y tremendamente
enriquecedor compartir un rato con ellas, cuánto no lo sería poder compartir
toda una vida..,
Deberíamos ocupar gran parte de
nuestros esfuerzos en intentar ser reconocibles siempre, ante cualquier
situación, ante cualquier contratiempo que en la vida nos pueda sobrevenir, ante
los momentos más alegres o los más dolorosos. Adoro a esas personas donde la
coherencia marca la comunicación entre sus pensamientos y sus actos, y con
ellos nos muestran lo que son y, sobre todo, lo que sienten; con una sonrisa sincera,
una cálida lágrima, una simple mirada,… Son personas auténticas de verdad, que
actúan con una naturalidad tan arrolladora, que resulta tentadoramente
atractivo estar cerca de ellas.
No creo que exista nada que
justifique que estas personas únicas, que han alcanzado ese lugar privilegiado
desde el que mantenerse inamovibles, fieles a lo que son, dotadas de una magia
especial, de una luz contagiosa y una profunda generosidad, tengan que
modificar o cambiar algo de lo que, con tanto esfuerzo y voluntad, han
alcanzado y que es precisamente lo que las hace valiosas. Lo que les hace
levantarse cada mañana sintiéndose protagonistas y únicos dueños de su vida, lo
que les da la fuerza e ilusión suficientes para superar cualquier dificultad, lo
que alimenta día a día su autoestima, les hace sentirse felices, orgullosos de
ser justo quienes desean ser y les alienta a llevar una vida coherente, plena,
inundada de una paz interior que es el mejor regalo a los que miran la vida
desde el lugar escogido.
De ahí la importancia de
encontrar la ilusión suficiente que nos haga desear iniciar un proceso de
cambio y transformación personal que nos acerque a la autenticidad. Ser capaces
de mostrarnos valientes para comenzar un camino a través del cual permitirnos
modificar y mejorar (e incluso cambiar) todo aquello que no nos gusta y que nos
impide ser nosotros mismos, todo lo que nos impide mirarnos a un espejo y ver
reflejada a la persona que realmente queremos
ser. Así, siempre viviremos bajo el convencimiento de sentirnos personas
privilegiadas, muy afortunadas por reconocernos únicos, y en ello residirá nuestra
felicidad.
Alcanzado ese momento, nada se
volverá imposible..
(Paisajes, Juan Carlos Castro Crespo, Huelva)