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viernes, 26 de mayo de 2017

Jamás.



“Jamás duró dos noches un mal sueño”

Hace unos días leí esta frase (en la pluma de alguien muy especial para mí), y admito que me sedujo, como si hubiera arraigado en mis pensamientos formando ya parte de esos recuerdos que sabes que te acompañarán siempre.

Tal vez porque me hizo reflexionar sobre la inmediatez de la vida, sobre el paso fugaz del tiempo por nuestra memoria; o tal vez porque me hizo reconocer la influencia de la improbabilidad en todo aquello que nos acontece, admitiendo que es el destino el que nos marca el devenir de nuestros días con absoluta imprecisión, sin que a penas podamos hacer nada para impedirlo.

Deberíamos entonces dejar de lamentarnos cuando nos creemos inundados de mala suerte, rodeados de una injusticia que nos doblega, presos de una realidad que detestamos y que nos ancla a un sentimiento derrotista que únicamente nos lleva a la desolación y la tristeza. 

Deberíamos a estas alturas tener la certeza de que todo, absolutamente todo, acaba pasando (también lo malo). Que basta con que expire la noche y vuelva a estrenarse el sol en el cielo que nos cubre, para que la realidad, los pensamientos y lo que sentimos, se torne totalmente diferentes. Es cuestión de mirar la vida con el sosiego y la calma suficientes.

Ojalá con más frecuencia osáramos a mirarnos desde la distancia, ojalá nos atreviéramos a alejarnos de la torpe realidad que nos empuja, nos obliga y limita nuestra libertad para así permitirnos reconocer nuestra verdadera esencia. Este descubrimiento es el que nos hará sentir afortunados, únicos, y es en este instante cuando nada se nos tornará imposible. Seremos capaces de caminar solos, con paso firme,  identificando con claridad cuál es el camino a seguir, y dejando atrás cualquier dependencia, cualquier miedo, temor o inseguridad que nos impida ser quienes deseamos. 

Conseguiremos entonces  vivir en absoluta libertad, e indudablemente estaremos más cerca de alcanzar nuestros sueños.