Cada día encuentro un motivo más
hacia el convencimiento de las virtudes de perseguir una vida pausada, una vida
donde los momentos de silencio y de reflexión personal se conviertan en parte
de la necesaria rutina de nuestro día a día. Ayer justamente encontré el último
en una entrevista al filósofo Francesc Torralba. En ella relacionaba el perdón
y el arrepentimiento con la capacidad, casi diaria, de reflexionar y de tomar
conciencia acerca de la repercusión que nuestros propios actos llegan a ejercer
en los demás, en particular aquellos que generan algún malestar e incluso
dolor.
Hablaba de la importancia de
tener una sensibilidad moral suficiente. Aquella que nos permita admitir la posibilidad de equivocación en
nuestro comportamiento, que nos permita reconocer cuándo no actuamos de forma
correcta y que nos ofrezca distinguir el daño que, a consecuencia de todo ello,
causamos indefectiblemente a los demás. Defendía este camino como la única
manera de llegar a alcanzar un arrepentimiento verdadero; un arrepentimiento
donde la voluntad de aprender de los errores y el compromiso de no volver a
caer, sea lo que nos facilite disfrutar del generoso regalo del perdón.
A menudo me pregunto si no será
este también un motivo más para refugiarme en todas y cada una de las palabras
que dibujan las reflexiones en este blog.. Si la búsqueda y anhelo constante a dialogar
con él, no son más que una excusa para conseguir esos momentos personales de
silencio y reflexión donde reencontrarme conmigo misma, y con mis actos.
Deseo que sea así.
“..La persona que no es capaz de
perdonar no es capaz de amar…”
(Martín Luther King, 1929)
No hay comentarios:
Publicar un comentario