Hace unos días atendí a un debate donde se
cuestionaba la definición de crítica y su influencia en el comportamiento del
individuo (1).
De nuevo, y de la misma forma sorprendente, he podido comprobar la falta de correspondencia entre lo que comúnmente entendemos acerca de cualquier concepto, y la influencia, que desde un punto de vista filosófico, debería significar para el individuo y su repercusión en la sociedad.
Generalmente la sociedad identifica la crítica a
través únicamente de su imagen peyorativa, como herramienta destructiva del
individuo, y no a través de su sentido positivo, de la crítica como ejercicio
de inteligencia, como insustituible forma de crecer y enriquecernos a través
del análisis. La crítica, o más acertadamente, el sentido
crítico, es lo que nos predispone a una actitud de continua movilidad, de
inquietud constante por evitar los pesados estados de conformismo y
mediocridad. Nos ubica en un lugar predilecto para poner en cuestión cualquier
planteamiento, lo que nos gusta y lo que no; para alejarnos en nuestras
decisiones de los criterios de opinión que cada vez con más pujanza, recibimos
intencionadamente a través de los medios de comunicación.
Alcanzamos el sentido crítico a través del arte.
A través de reconocer la relación entre la crítica y la estética, entendiendo
por estética la amplitud de formas y conocimiento desde el que aprender a
enjuiciar y valorar. De ahí la importancia que debemos dar al arte, a la
cultura, a la necesidad de crecer y cultivar cada día nuestra inquietud por
seguir aprendiendo.
“Tiene derecho a criticar quien tiene un corazón dispuesto a ayudar” (Abraham Lincoln)
(1) Crítica (RAE);
1. tr. Juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte.
2. tr. Censurar, notar, vituperar las acciones o conducta de alguien.
(2) Cultura, La Escalera Azul, 7 marzo 2014.
Toda crítica es un regalo, sabiéndola entregar y sabiéndola recibir.
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