No tengo por costumbre dedicar
parte de mis reflexiones a temas que de alguna manera me acaban resultando
dolorosos, injustos o incomprensibles. Siempre he preferido recrearme en esos otros
temas de los que me resulta delicioso escribir y así re-vivir las fortunas de
la vida. Al final son los que consiguen reconfortarme y apartar de mí las
sombras que a veces me siguen trayendo los miedos.
Pero hoy he sentido la necesidad
de hacerlo tal vez buscando el alivio de quien comparte su desazón, su rabia y
su tristeza con otro, y admito que jamás encontraré un “otro” mejor que un simple
papel en blanco.
Cada vez entiendo menos la
realidad que me rodea, siento como si mis pensamientos, y lo que es peor, mi
corazón, jamás fueran a encontrar consuelo más allá de los momentos de soledad
que tanto valoro, como si ya no fueran a ser capaces de encontrar el calor
cómplice de una mirada, de unas palabras de apoyo, de comprensión. Como si de
repente, la capacidad de empatizar con los demás se hubiera convertido en un
bien extinguido; y a cambio, un poderoso egoísmo estuviera cubriéndolo todo, sin
darnos cuenta que lo que consigue es cegar poco a poco nuestra capacidad de
amar.
Siento tristeza por ello, y aviva
en mí las ganas de soledad, de recogimiento, de encerrarme en mi propio corazón
y vivir, como en un cuento, alimentada únicamente de sueños. Sueños en los que
creo. Sueños que me ilusionan. Sueños en
los que puedo vestir mi mundo del color que quiera. Del color del amor, de la
dulzura; de las palabras hermosas y generosas.
Siento tristeza por ello. Mientras,
siempre me quedará el lugar de los sueños..
“No podríamos vivir sin
soñar. Sin pensar que soñamos. Sin saber que ahí, nadie más podrá alcanzarnos. Que en el camino de los
sueños, no hay mayor obstáculo que el que se impone el que no cree en ellos”
(Los Sueños, La Escalera Azul, 2015)
(Cy Twombly, 1928)
el mundo soñado espera al otro lado de los miedos
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