“La gente feliz trata mejor a los demás”.
No recuerdo dónde he leído hace poco esta frase ni de quién, pero me pareció de una certeza extraordinaria; sobre todo porque me devuelve los pensamientos a la realidad más evidente sobre la que navego cada día intentando sobrevivir.
No
despierto cada mañana con el objeto de escudriñar en los
comportamientos ajenos intentando encontrar respuestas, ni con el
encargo de analizar la realidad pretendiendo obtener unas conclusiones
que sólo veo en el índice de mi mundo imaginado. Pero admito que no puedo evitar rendirme y reconocer la verdad que reside en la evidencia, en lo que veo, en todo aquello que no me gusta y
que me aleja, sin retorno, de los escenarios con los que tengo la
sensación de compartir cada vez menos, escenarios impuestos donde a
penas encuentro unos ojos o una sonrisa donde identificar parte de mis
sueños e ilusiones.
Me entristece, me causa frustración comprobar cómo cada día cuesta más encontrar a personas que traten con respeto, amabilidad y cariño a los demás. Que lo hagan porque sí, sin pretender con ello obtener nada a cambio, por el mero hecho de sentirse felices, en paz con ellos mismos, por algo tan hermoso como devolverle un poco de magia y color a la vida. Gente risueña, alegre, de esa que contagian entusiasmo y ganas de todo. Sin embargo, a veces es como
si pareciéramos cubiertos por un negro telón de egoísmo y falta de
autocrítica que nos lleva a actuar como si jamás hubiéramos sabido lo
que son la generosidad, la empatía, la humildad..
No hace falta que vuelva a declarar mi férrea defensa
de la dulzura, el sosiego y el amor incondicional a todos cómo único
camino para sentirnos felices. Entiendo que no todos compartimos un mismo grado de dulzura o mimo en nuestro trato con los demás. Pero ello no debería justificar jamás el empleo de formas egoístas, autoritarias, intolerantes e incluso violentas. Unas formas inadecuadas SIEMPRE acaban por desacreditar hasta el más certero de los discursos.
Deberíamos ser conscientes de que cuando tratamos de forma agria y desconsiderada a la gente que nos rodea, es porque hay algo en nosotros que no funciona, que no va bien. Y es justo sobre lo que tendríamos que reflexionar e intentar controlar para
acercar nuestro comportamiento y nuestra actitud al camino certero, que indudablemente
siempre es el de la amabilidad, el del amor y la comprensión a los
demás. No cuesta nada sonreír más. No cuesta nada ser agradecidos. No
cuesta nada quedarnos con el lado bueno de la gente (que todos la tienen aunque a veces nos cueste verla). Con lo bueno que
cada uno nos aporta. Y no esperar nada. No esperar obtener de los demás
el reflejo que calme nuestras carencias. La respuesta siempre está en
nosotros.
Es evidente que la vida sería así mucho más deliciosa..
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