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miércoles, 3 de diciembre de 2014

Felicidades.

Se que ayer casi no pude verte, y que ni siquiera el contrariado día me permitió poder felicitarte como mi corazón hubiera deseado.

Anoche pasé bastante rato pensando con qué poder sorprenderte, y nada me parecía suficiente para mostrar y agradecer la gran amistad que se que me confías. Así que he decidido obsequiarte con algo que se que a tí, mi amiga querida, tanto te gusta. He aquí mi regalo. Mis humildes palabras dedicadas a tí; inmensa, capaz, única.

Porque cada día me siguen sorprendiendo tus infinitas capacidades y tu eterna ilusión por vivir!

Ojalá el tiempo me permita, hoy y siempre, seguir aprendiendo e impregnándome de esa contagiosa pasión que te desborda y que nos inunda a todos con tu ser.

A tí, mi gran amiga..
Sabes que te quiero.



lunes, 3 de noviembre de 2014

Compartir y vivir (II)


Compartir y vivir. Así decidí titular, hace ya algún tiempo, una de las entradas a este blog que acabé dedicando a ti, mi gran amiga. 

Cómo ha pasado el tiempo, y cómo afortunadamente me reconforta pensar que estamos a punto de realizar uno de esos sueños que tantas veces ha mantenido unidas nuestras sonrisas y alimentado nuestras largas tardes de conversación.

Aún sigue pareciéndome un sueño. Creo que hasta que el aroma de sus árboles y el frescor de sus amaneceres no nos acaricien los ojos del corazón, no despertaremos de este sueño para pasar a vivir con intensidad esta mágica aventura.

Solo deseo que a nuestro regreso, algo de nosotras permanezca allí para siempre. Que nuestras ganas de volver y soñar sigan alimentando, como hasta ahora, nuestras ganas de vivir.




Bon voyage!!!




jueves, 25 de septiembre de 2014

Así empieza lo malo



Creo que se me está empezando a notar demasiado. Pero es que ya casi ni me esfuerzo en disimular lo que yo llamo mis debilidades. Y es que a estas alturas, la verdad no me apetece nada tener que justificarme cada vez que expreso cuánto me apasiona algo en la vida.

Después de esto, declaro abierta y directamente mi amor por Javier Marías, entiéndanme, por sus novelas y sobre todo por sus críticos y reflexivos escritos. El último, una fantástica entrevista de Manrique Sabogal sobre su última novela, Así empieza lo malo, (El Pais, 14 sept 2014). La entrevista nos muestra a un escritor muy cercano a las diferentes formas de representación del amor; algo que por fortuna traslada a la mayoría de sus novelas permitiéndonos disfrutar y aprender con cada uno de sus personajes.

Quizás lo más destacable sea la parte en la que habla del momento del enamoramiento como un momento marcado por una cierta obligación, por un cierto grado de forzamiento de quien toma la iniciativa. El autor considera algo extraordinario que dos personas, de forma simultánea, correspondan su amor en la misma medida. Y aunque llegase remotamente a ocurrir, no cree probable que por ello haya de durar toda la vida.

Vuelvo a esta muy de acuerdo con sus palabras.

No es que pretenda recurrir a mi yo más pesimista y racional, pero no puedo ocultar la inmediatez que deriva de deducir que, en la mayor parte de la ocasiones, la vida es previsible (el amor también). Que las casualidades son solo eso, momentos  esporádicos necesarios para aportar algo de energía a la vida. Tarde o temprano, todo se torna del mismo color. Los instantes iniciales de enamoramiento tratan de cegarnos esta evidencia ofreciéndonos un amplio abanico de fantásticas y teatrales opciones entre las que elegir. Todas estas opciones comparten el mismo previsible final feliz que anhelamos obtener. Se transforman en esa ilusionante historia que deseamos vivir a toda costa, aun a sabiendas que la probabilidad de que las cosas se sucedan tal y como pensamos, tal y como deseamos, es remotamente escasa.

De la aceptación dependerá nuestra felicidad.



lunes, 1 de septiembre de 2014

Amor sabio


Ayer el domingo amaneció obsequiándome con un maravilloso artículo de Raimón Samsó, Relaciones conscientes.(agosto, EPS).

Hacía tiempo que no leía una reflexión con la que me identificara tanto, con la que cada una de las palabras pareciera haber salido de la utopía de mis pensamientos. Resultó ser uno de esos artículos que siempre acabo releyendo varias veces; y hasta subrayando sus frases como creyendo así memorizarlo para siempre.

Me entusiasma cómo su autor trata de presentarnos el amor y las relaciones de pareja desde un enfoque que dibuja  tan acertado como poco frecuente. Nos habla de las rupturas, de la soledad, de la dependencia emocional y el apego. Trata de hacernos entender, desde la mayor de las amabilidades, que no deberíamos encontrar dramatismo entorno al amor, que no sería entonces un amor sano y verdadero.

Centra su reflexión en la búsqueda del equilibrio emocional individual como único punto de partida que garantice el éxito en las relaciones presentes y futuras.  Sus palabras se expresan de una forma tan evidentemente lógica, que parece no conseguir entender por qué seguimos empeñados en verlo todo a través de la visión teatral y romántica que sólo nos causa confusión y fracaso, y con ello dolor y miedos.

Si invirtiéramos tan solo la mitad de las energías con las que a veces nos empeñamos en encontrar tal o cual persona en encontrarnos a nosotros mismos, a nuestro verdadero yo; en enriquecer nuestros días, en alegrar nuestro rostro, en aumentar nuestras inquietudes, nuestras ilusiones,…; nos convertiríamos en esas personas completas de las que habla Raimón, capaces de ser felices por ellas mismas. Personas cuya felicidad no depende del apego a los demás ni se sienten temerosas de caminar las distintas etapas que la vida les va ofreciendo, aunque algunas transcurran en sorprendente soledad. Personas seguras, conformes y contentas consigo mismas. Como poseedoras de una luz especial y de una continua sensación de plenitud que las hace sentirse tremendamente afortunadas.

Nos permitiría situarnos en un lugar privilegiado e independiente de cualquier circunstancia o realidad que nos acompañe en cada momento, y esto restaría cualquier indicio de dramatismo a nuestras decisiones. Dispondríamos de un tiempo infinito, y unas ganas y entusiasmo suficiente como para vivir con plenitud cada segundo. Nos mostraríamos a los demás como personas risueñas, alegres, positivas; llenas de esa frescura y atractivo del que nos habla en el artículo.

Solo así sería más sencillo encontrar lo esperado.




“…sé tú  la persona que quisieras tener a tu lado, y tarde o temprano aparecerá y se fijará en ti..” (Raimón Samsó)



http://elpais.com/elpais/2014/08/29/eps/1409308353_970041.html


viernes, 29 de agosto de 2014

Justo lo que esperaba


Ahora que el verano parece no querer despedirse nunca y antes de que el otoño que se aproxima empiece a llamar a las puertas de nuestra nostalgia, admito aprovechar mi incipiente deseo de escribir para reflexionar sobre este último verano.

Quizás lo más sorprendente y más extraordinario de este tiempo vivido haya sido precisamente eso, la falta de inconsecuencias, la total ausencia de comportamientos no esperados, de falsas distracciones e inútiles pérdidas de tiempo por pretender llenar, a toda costa, de injustificada actividad cada minuto; algo a lo que, de forma irrefrenable, tenemos tanta tendencia; aún lamentándonos y siendo conscientes de ello.

Por primera vez mi verano se ha inundado de sosiego, de quietud, de privilegiados momentos donde ralentizar el pulso frenético que marca implacable nuestro día a día. Ha estado plagado de amaneceres nuevos, de miradas llenas de luz, de risas contagiosas, de exclusivos escenarios donde convertir el silencio en protagonista. El tiempo ha permanecido absorto en esos momentos únicos permitiéndome encontrarme conmigo misma, como ensimismado de pensamientos ilustres con los que a menudo dialogar hasta parecer enamorada de sueños alcanzados.

Esta vez tenía que ser diferente. Después de haber defendido en tantas ocasiones el camino de la calma y el sosiego como inestimable oportunidad para aprender a ser más felices,  no hubiera justificado cualquier otra opción para concederme sentirme feliz.

Resulta verdaderamente difícil explicar lo que podemos llegar a sentir cuando obtienes de la vida justo lo que deseas de ella, justo lo que deseas de ti misma. Cuando pareces estar exactamente en el punto donde anhelabas después de haber dejado atrás un camino lleno de esfuerzos y tentadoras renuncias.

Y lo mejor siempre quedará en el privilegio de haber podido compartirlo, desde la pretensión del contagio, con la gente que verdaderamente te quiere.

Era justo lo que deseaba, lo que esperaba de mí. 




martes, 3 de junio de 2014

Amor absoluto



No es la primera vez que hablo de la capacidad de amar incondicionalmente como la única clave para ser feliz.

En esta ocasión, he podido volver a reafirmar esta teoría después de atender desde la curiosidad, a una reciente entrevista realizada a Tulku Lama, lama tibetano. En sus palabras, describe la manera en la que sólo a través de la conciencia plena, de la calma y el silencio, se alcanza el camino del amor. De ese amor que él mismo define como el amor incondicional. Un amor absoluto e indestructible.

En su representación del amor llega incluso a distinguir una serie de grados. Estos irían desde el amor externo o del cuerpo, aquel que captamos únicamente a través de los sentidos; al amor de la mente, aquel que llega a alcanzarse desde la sabiduría. Nos indica cómo a través de la meditación, facilitamos llegar a descubrir ese amor absoluto que hay ineludiblemente en nosotros. Un amor absoluto que se convierte en la mejor medicina del cuerpo, del alma y de la vida.

Lo verdaderamente extraordinario es que todos tenemos esta capacidad de amar incondicionalmente. Quizás lo que resulte más difícil sea llegar a ponerlo en práctica. Para ello, también expone tres aspectos o pensamientos fundamentales a seguir, basados en el concepto y en la práctica de la bondad:

Lo que tú quieres, yo lo quiero.
Lo que yo tengo me gustaría que lo tuvieras tú.
Todo lo que no quiero para mí, tampoco lo quiero para ti.

Es entonces cuando se alcanza el amor verdadero. Ese amor que nos hace libres. 



“El amor que mana de nosotros mismos cuando conseguimos acallar la mente, es la mejor medicina..” (Tulku Lama)



jueves, 15 de mayo de 2014

Ejercicio de empatía



A consecuencia de este desmesurado interés por todo lo que está relacionado con el crecimiento personal y emocional, reconozco que últimamente procuro no perderme ninguna de las apariciones que hacen mis autores favoritos siempre relacionadas con el desarrollo personal.

Hace algunos días escuché con atención una conversación sobre la felicidad. En ella, el psicólogo Rafael Santandreu describía los tres parámetros fundamentales que nos pueden acercar a ella. Los enumeraba como la capacidad de gestionar nuestros pensamientos y con ello controlar nuestros diálogos internos; también habló de la habilidad de no dramatizar, de no terribilizar, como a él mismo le gusta referirse, y por último, de alcanzar la madurez suficiente para entender que las personas no son perfectas, que a menudo tenemos comportamientos imperfectos.

De estos tres pilares de la felicidad, me apetece detenerme a reflexionar un poco sobre la voluntad de entender que la gente que nos rodea no es perfecta, que nosotros mismos no gestionamos un comportamiento siempre acertado.

Disponer de la generosidad suficiente para aceptar la diversidad de situaciones a las que nos enfrentamos cada día es fundamental para sentirnos felices.

No veo posible llegar a sentir tranquilidad, sosiego y felicidad, si nuestros pensamientos, y con ello nuestro corazón, están más ocupados de “observar” y juzgar las distintas respuestas que nos llegan del exterior, que de aceptar y comprender que cualquiera de nosotros somos susceptibles de actuar de idéntica manera si la realidad de partida fueran las mismas.

Si tratáramos de hacer este conciso ejercicio de empatía, de cambio de papeles, si aplicáramos un extra de comprensión y generosidad ante cada situación discrepante, nos resultaría mucho más sencillo desdramatizar todo aquello que nos llega de los demás y no compartimos. Si consiguiéramos quitarle importancia a todo lo que a priori nos molesta de los demás, si nos esforzáramos en intentar relativizar las situaciones conflictivas, en suavizar los comentarios negativos, seguramente nuestro equilibrio emocional permanecería intacto. Nuestra felicidad sería mayor.





martes, 29 de abril de 2014

La Metamorfosis

Todo comenzó una tranquila sobrecena, en la que como viene siendo habitual en mí, me predispuse a atender a uno de esos debates de La dos, a los cuales admito estar profundamente enganchada. En ellos, personajes de todos los ámbitos artísticos y culturales y sobre todo filósofos, dialogan con verdadera genialidad sobre cualquier apasionante tema.

Recuerdo cómo entre tanto pensamiento y tanta conversación a cuál más interesante, conseguí apropiarme de la reflexión que hacía Joan Carles Melich¹, sobre una frase de George Steiner², “…Quien haya leído La metamorfosis de Kafka y pueda mirarse impávido al espejo será capaz, técnicamente, de leer la letra impresa, pero es un analfabeto en el único sentido que cuenta..”. Sobre ella, el profesor afirmaba con vehemencia que nadie debería volver a ser el mismo después de enfrentarse a dicha obra. Aquella frase se convirtió en todo un ejercicio de provocación, de sutil forma de tentar mi lado más osado y a la vez curioso. 

Al día siguiente, y como esas adolescentes que esperan alocadas ser las primeras en acceder al concierto de sus ídolos, ya estaba plantada delante del mostrador de la mejor de las librerías, o al menos la que yo consideré en ese momento que no me defraudaría y dispondría en el acto del tan valioso y ansiado ejemplar. Mi inconsciente y desmesurado interés por su lectura se acentuó más si cabe cuando el dependiente, tras mi solicitud, y mientras lo buscaba entre las estanterías desbordadas de curiosidades e historias, ilustró mi espera con una de esas preguntas tan insospechadas como sorprendentes, con la cual mostraba su interés por el motivo que me había impulsado a desear leer a Kafka.

Aún recuerdo ese momento como si ambos, de repente, nos hubiéramos traslado a aquella atractiva mesa de discusión y debate. Como si ya desde antes de su lectura, el libro me incitara a la reflexión de la forma más explícita posible. Como si el ansia y la curiosidad iniciales, comenzaran a obtener los primeros frutos y un impulso irrefrenable me atrajera hacia su lectura más íntima.

Desde el principio todo pareció tornarse mágico, como si el fantástico mundo de Kafka hubiera empezado a envolverlo todo desde aquel preciso momento. El proceso de lectura no me defraudó. Se tornó tan breve como intenso. Tan sorprendente, como su atípico final, el cual no adelanto no solo para seguir alimentando la curiosidad por su lectura, sino porque estoy convencida de que hay tantas lecturas diferentes como lectores decidan enfrentarse a él.

Quizás, y desde mi experiencia personal, uno no vuelva a ser el mismo, es algo que aún desconozco. Lo que sí he concluido es que ayuda a encontrarnos con nuestro propio yo, con nuestra propia identidad y nuestro papel en la vida. A cuestionarnos si estamos siendo lo suficientemente egoístas como para alimentar nuestros pensamientos únicamente con todo aquello que nos impulsa a avanzar y a crecer. A reflexionar sobre si poseemos la voluntad suficiente como para alejarnos de todo aquello que nos resta energía, que nos contamina de negatividad y derrotismo.

Con más frecuencia deberíamos detenernos a pensar y reflexionar sobre qué es lo que conforma nuestra individualidad, sobre todo aquello que nos hace únicos y especiales, y por encima de todo, valorar la fortuna que encontramos en todo ello.

(1) Profesor de filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona

(2) Escritor, profesor y teórico de la literatura, Paris 1929.






lunes, 7 de abril de 2014

Mariposas.

Me encanta encontrarme de vez en cuando con alguna de esas frases que definiría como reveladoras. Esas frases que parecen remover nuestra más dormida curiosidad y consiguen incluso despertar nuestra inquietud por detenernos y reflexionar un instante.
Hace unos días me topé con una que captó mi interés de forma especialmente poderosa:

                     “El amor es como las mariposas: si las persigues desesperadamente se alejan, si estás quieto se posan en ti…” (Tagore)

Supongo que me gustó tanto porque resume mis pensamientos acerca del amor y, más especialmente, acerca de las diversas maneras de encontrarlo. Porque define de una forma bellísima el papel protagonista que la calma y el sosiego, la paciencia y la paz con uno mismo, deberían tener ante la predisposición de la búsqueda del amor.

No creo en esa especie de falso ajetreo, de incómoda impaciencia que parece perturbar a los que se predisponen  a una búsqueda activa del amor. No comparto el carácter de profesionalización con el que en los últimos tiempos se nos está vendiendo ese periodo previo de búsqueda del ansiado enamoramiento. Como si todo se tradujera a la simple ejecución de un plan ordenadamente pensado y a la vez, dudosamente eficaz. Como si bastara con ponernos en manos de una de esas empresas tan de moda que se encargan de prepararnos para todo. Para conseguir el mejor trabajo, ser las mejores mamás, tener la mejor forma física…y así un larga lista de mejoras, entre las que por su puesto está la de: mejore su vida encontrando el amor. Verdaderamente increíble.

Prefiero seguir creyendo en la improbabilidad de la vida, en su capacidad de sorprendernos día a día. En permitirnos soñar con el más impensable de los escenarios, de los encuentros.

Seguiré observando mariposas..



viernes, 21 de marzo de 2014

Sensibilidad moral



Cada día encuentro un motivo más hacia el convencimiento de las virtudes de perseguir una vida pausada, una vida donde los momentos de silencio y de reflexión personal se conviertan en parte de la necesaria rutina de nuestro día a día. Ayer justamente encontré el último en una entrevista al filósofo Francesc Torralba. En ella relacionaba el perdón y el arrepentimiento con la capacidad, casi diaria, de reflexionar y de tomar conciencia acerca de la repercusión que nuestros propios actos llegan a ejercer en los demás, en particular aquellos que generan algún malestar e incluso dolor.

Hablaba de la importancia de tener una sensibilidad moral suficiente. Aquella que nos permita  admitir la posibilidad de equivocación en nuestro comportamiento, que nos permita reconocer cuándo no actuamos de forma correcta y que nos ofrezca distinguir el daño que, a consecuencia de todo ello, causamos indefectiblemente a los demás. Defendía este camino como la única manera de llegar a alcanzar un arrepentimiento verdadero; un arrepentimiento donde la voluntad de aprender de los errores y el compromiso de no volver a caer, sea lo que nos facilite disfrutar del generoso regalo del perdón.

A menudo me pregunto si no será este también un motivo más para refugiarme en todas y cada una de las palabras que dibujan las reflexiones en este blog.. Si la búsqueda y anhelo constante a dialogar con él, no son más que una excusa para conseguir esos momentos personales de silencio y reflexión donde reencontrarme conmigo misma, y con mis actos.

Deseo que sea así.




“..La persona que no es capaz de perdonar no es capaz de amar…” (Martín Luther King, 1929)



lunes, 17 de marzo de 2014

Gente Porqueno


Qué fantástica la definición que leí hace unos días de Juan José Millás sobre Louise Glück (Poeta estadounidense, 1943). En ella la definía, como a todos los poetas, como una escritora Porqueno, y excusaba al mismo tiempo esta definición de la diferenciación que mantiene uno de los personajes de su nueva novela, La mujer loca, entre “gente Porquesí” y “gente Porqueno”; dependiendo de la mayor o menor facilidad para adaptarse a las convenciones.

Esta singular forma de clasificación, animada por la literalidad etimológica del término utilizado, es seguramente lo que me ha resultado más atractivo, lo que ha despertado mi atención hasta el punto de hacerme reflexionar sobre si verdaderamente existe esa diferenciación y si en caso negativo, debería existir. Sobre si es cierto que hay personas que hacen (o dejan de hacer) las cosas por que sí, porque es lo que toca, lo normal, lo que todos esperan… o si, por el contrario, hay otras muchas que se mueven y viven guiadas únicamente por el impulso del porqueno.

No cabe la menor duda de que es en este segundo grupo donde deberíamos querer estar. Ansío formar parte de esas personas que nunca encuentran techo a sus sueños, que diferencian sus días por la suma de peldaños que consiguen avanzar, que exprimen cada segundo como si la  vida se renovara ante ellos cada mañana, donde el porqueno se convierte en motivo suficiente para actuar. Cómo no darnos cuenta que lo verdaderamente gratificante está en todo aquello que obtenemos tras atrevernos a cruzar la puerta de lo desconocido, de lo difícil y diferente, de lo que nos resulta a priori incómodo, incluso agotador.

Solo después de poner nuestros límites inexcusablemente a prueba una y otra vez, conseguiremos romper los techos que nos fijamos torpemente cada día.

Solo así reconoceremos la lógica infinitud de nuestras capacidades.



viernes, 7 de marzo de 2014

Cultura.


Hace unos días tuve la opción de atender a una entrevista sobre cultura y la posibilidad de vivir o no al margen de ella.

Desde el primer momento me pareció tan sorprendente como cautivadora. Tal vez porque no resultó responder al objetivo que a priori esperaba: la cultura y ser culto, es decir, las virtudes de convertirnos en simples eruditos. Pues no, precisamente comenzaba con la definición filosófica de cultura, aquella que la define como toda manera de vivir que nos permite gestionar lo humano, que nos predispone a entender lo humano. Como ese conjunto de capacidades adquiridas que nos facilitan, en definitiva, ser más humanos. Esto es justo lo que me cautivó, e incluso reconozco que llegó a parecerme de una genialidad y riqueza de conocimiento fascinantes.

Me emocionaron las aportaciones sobre las capacidades individuales, sobre cómo utilizando todo ese aprendizaje podemos escoger cual es la actitud óptima ante cualquier capítulo de nuestra vida. Sobre cómo el disponer de la más amplia paleta de herramientas emocionales es lo que nos garantiza, de manera indiscutible, la mejor respuesta; incluso ante la más inesperada de las adversidades.

Es precisamente la cultura la que nos permite tomar la suficiente distancia de nosotros mismos como para ser adecuadamente autocríticos, como para alcanzar la negación de aquellas conductas y pensamientos no apropiados. La que nos permite motivarnos con el impulso suficiente como para desear el llegar a ser otro, desear el cambio constante e infinito con el que transformarnos y construirnos día a día.

La mayor o menor capacidad de gestionar la cultura adquirida es lo que verdaderamente nos hacer cultos, inteligentes, humanos. No sigamos confundiendo ser culto con la habilidad de acumular conocimientos, de aprender contenidos, de atesorar sabiduría…;
…la cultura es sólo humanidad.



jueves, 20 de febrero de 2014

Boa viajem


Siempre he defendido la oportunidad de viajar como uno de los mejores privilegios para vivir intensamente. Quizás porque no entiendo posible desarrollar al máximo nuestras capacidades si no abandonamos en algún momento, y con cierta frecuencia, nuestro entorno más cercano, ese entorno reconocido por cada uno de nosotros en el cual todo nos resulta aparentemente más fácil y con ello más seguro, más confortable.

Hace unos días tuve la inmensa fortuna de compartir con grandes amigos un viaje que se tornó tan inesperado como inolvidable. Y tal vez en esta ocasión, más que en ninguna otra anterior, he sido consciente de hasta qué punto viajar nos transforma de manera indefectible. Es como si después de cualquier viaje nunca volviéramos a ser los mismos, como si trajésemos con nosotros algo de más, o quizás algo de menos…aunque sea tan solo por la influencia de los infinitos recuerdos compartidos.

Con cada viaje, con cada alejamiento, deberíamos anhelar contemplar nuestra vida desde ese otro alternativo y desconocido lugar, desde el cual lograr cuestionarnos hasta entender nuestra realidad de una forma diferente. A veces, y sobre todo en los momentos de mayor dificultad,  debería ser indispensable tener la voluntad de alejarnos  de lo que creemos ver, de lo que creemos tener, de lo que creemos sentir, querer…De todas esas cosas que, casi sin distinguir cómo, valoramos y situamos erróneamente en un destacado lugar en nuestra vida, cuando lo que deberían es estar fuera de ella; cuando con ninguna de ellas conseguiremos nunca sumar, nunca crecer, ni mucho menos vivir en plenitud.

Al viajar deberíamos conseguir alejarnos de todo eso a lo que, con demasiada frecuencia, nos aferramos ciegamente con la única finalidad de no exponernos al cambio, a lo desconocido, al verdadero autoconocimiento.

Solo viajar nos predispone a mirarnos con la suficiente claridad como para acercarnos a nuestro verdadero yo, a nuestra verdadera esencia. A esa persona que queremos ser y que a veces no logramos encontrar. A distinguir la vida que realmente queremos disfrutar y con quiénes queremos compartirla. Solo así, solo si distinguimos lo que somos y lo que queremos, lograremos alcanzar un estado de equilibrio y armonía entre nuestra realidad y lo que verdaderamente somos. Lo único importante.

Merece la pena viajar..

(..a mis cinco corazones!!)



martes, 14 de enero de 2014

Lo que deseamos.



Casualmente pasé la tarde del último domingo lluvioso intentando entretenerme con una de esas intrascendentes películas de sobremesa. Admito que casi lo consigo. Lo que sí conseguí fue memorizar una de sus frases, “…cada mujer tiene la vida amorosa que desea…”.

Aun lo dudo. Bastaría entonces con tomar decisiones que nos acercaran a lo que deseamos o que, tal vez, nos alejaran de aquello (aquel) que no deseamos. Así dejaríamos de sufrir por amor. Parece hasta sencillo.

Supongo que para llegar a desear con libertad, primero habría que revisar nuestras propias capacidades para poder hacerlo. Valiosas capacidades que solo logramos ver cuando alcanzamos un mínimo estado de equilibrio emocional. Cuando empezamos por uno mismo. Resulta verdaderamente imposible gestionar nuestros sentimientos, y con ello nuestros deseos, si actuamos desde el desconocimiento y el caos emocional.

Por el contrario, qué fácil resulta desear, y con ello amar, cuando la predisposición personal es máxima. Cuando la plenitud de tus facultades emocionales te sitúan en un estado de satisfacción y energía privilegiados. Cuando consigues ver incluso lo que los demás no te muestran. Cuando las ganas desdibujan cualquier duda o temor momentáneos. Cuando la alegría acompaña la satisfacción personal por cada esfuerzo realizado. Es maravilloso, un estado de plenitud que llega a impulsar incluso nuestra capacidad creativa. Que da alas a nuestros sueños, a nuestros más impensables deseos.

Creo que últimamente estoy reflexionando con demasiada frecuencia sobre el amor y los enamoramientos. Quizás esto no sea más que una consecuencia de lo que opino sobre las excelencias del AMOR. Siempre en el más amplio sentido de la palabra, claro.

No sé si debería empezar a preocuparme…



“…cada mujer tiene la vida amorosa que desea…”. (“El día de la boda”, Clare Kilner, 2005)