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viernes, 7 de julio de 2017

Fieles.

“La felicidad está en ser fiel a uno mismo”. (Alejandro de la Corte)

Creo que incluso mucho antes de tener conciencia de ello siempre he estado convencida de que esta afirmación lleva condicionando la mayoría de las decisiones que a lo largo de los años he tenido que ir tomando y que en definitiva son las que conforman todo lo que soy, las que definen lo que ha sido mi vida hasta ahora, las que finalmente hacen que mi devenir haya transcurrido por uno u otro camino.

Es algo que creo que todos los que me conocen identifican como algo destacado y constante en mí. Ni tan siquiera entro a analizar si lo ven como algo positivo o más bien como fruto de esta cabezonería que los tauro parecemos traer “de serie”. Lo cierto es que jamás he sido capaz de desprenderme de la idea de mí misma que desde niña ya rondaba por mi cabeza y se dejaba ver en mis pequeñas maneras.

Hace unos días la casualidad quiso que alguien me enviara esta foto. En ella a penas tengo los 3 años, pero me asombra y me emociona comprobar cómo ya reflejaba gran parte de lo que ahora soy, incluso abrigaba esa imagen de las que después de tantos años no he sabido (o más bien no he querido) desprenderme. Ahora soy consciente de que es precisamente en esas cosas sencillas, aparentemente sin importancia, donde reside la verdadera belleza de la vida. Pequeños detalles a los que se aferran los recuerdos, lo que somos, todo lo que nos debería de identificar SIEMPRE a pesar de que nuestra vida atraviese una u otra circunstancia, más o menos favorable.

Esas pequeñas (grandes) cosas han sido como un norte para mí, como ese faro que te señala el camino correcto, que te ayuda a no perderte cuando la vida se vuelve turbia, cuando los pensamientos se confunden y los sueños se diluyen en los momentos de desesperación e impaciencia. Cuando no llegan los logros y sí las ausencias. Cuando la vida te cambia de un día para otro y no te queda otra opción que aceptar, adaptarte y reinventarte sin dejar jamás de ser tú.

Tal vez por eso adoro encontrarme con gente auténtica, en las que reconocer siempre la coherencia en su comportamiento y en sus pensamientos. Me resulta admirable, verdaderos ejemplos a seguir, sobre todo en un mundo globalizado donde parece que solo cuenta seguir sin objeción los ritmos que la sociedad nos preestablece.

Sé que es muy difícil mantenerse fiel a uno mismo, pero cualquier esfuerzo por conseguirlo nos merecerá la pena.


martes, 4 de julio de 2017

A la gente feliz.

“La gente feliz trata mejor a los demás”.


No recuerdo dónde he leído hace poco esta frase ni de quién, pero me pareció de una certeza extraordinaria; sobre todo porque me devuelve los pensamientos a la realidad más evidente sobre la que navego cada día intentando sobrevivir. 

No despierto cada mañana con el objeto de escudriñar en los comportamientos ajenos intentando encontrar respuestas, ni con el encargo de analizar la realidad pretendiendo obtener unas conclusiones que sólo veo en el índice de mi mundo imaginado. Pero admito que no puedo evitar rendirme y reconocer la verdad que reside en la evidencia, en lo que veo, en todo aquello que no me gusta y que me aleja, sin retorno, de los escenarios con los que tengo la sensación de compartir  cada vez menos, escenarios impuestos donde a penas encuentro unos ojos o una sonrisa donde identificar parte de mis sueños e ilusiones.

Me entristece, me causa frustración comprobar cómo cada día cuesta más encontrar a personas que traten con respeto, amabilidad y cariño a los demás. Que lo hagan porque sí, sin pretender con ello obtener nada a cambio, por el mero hecho de sentirse felices, en paz con ellos mismos, por algo tan hermoso como devolverle un poco de magia y color a la vida. Gente risueña, alegre, de esa que contagian entusiasmo y ganas de todo. Sin embargo, a veces es como si pareciéramos cubiertos por un negro telón de egoísmo y falta de autocrítica que nos lleva a actuar como si jamás hubiéramos sabido lo que son la generosidad, la empatía, la humildad..

No hace falta que vuelva a declarar mi férrea defensa de la dulzura, el sosiego y el amor incondicional a todos cómo único camino para sentirnos felices. Entiendo que no todos compartimos un mismo grado de dulzura o mimo en nuestro trato con los demás. Pero ello no debería justificar jamás el empleo de formas egoístas, autoritarias, intolerantes e incluso violentas. Unas formas inadecuadas SIEMPRE acaban por desacreditar hasta el más certero de los discursos.

Deberíamos ser conscientes de que cuando tratamos de forma agria y desconsiderada a la gente que nos rodea, es porque hay algo en nosotros que no funciona, que no va bien. Y es justo sobre lo que tendríamos que reflexionar e intentar controlar para acercar nuestro comportamiento y nuestra actitud al camino certero, que indudablemente siempre es el de la amabilidad, el del amor y la comprensión a los demás. No cuesta nada sonreír más. No cuesta nada ser agradecidos. No cuesta nada quedarnos con el lado bueno de la gente (que todos la tienen aunque a veces nos cueste verla). Con lo bueno que cada uno nos aporta. Y no esperar nada. No esperar obtener de los demás el reflejo que calme nuestras carencias. La respuesta siempre está en nosotros.

Es evidente que la vida sería así mucho más deliciosa..