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viernes, 7 de marzo de 2014

Cultura.


Hace unos días tuve la opción de atender a una entrevista sobre cultura y la posibilidad de vivir o no al margen de ella.

Desde el primer momento me pareció tan sorprendente como cautivadora. Tal vez porque no resultó responder al objetivo que a priori esperaba: la cultura y ser culto, es decir, las virtudes de convertirnos en simples eruditos. Pues no, precisamente comenzaba con la definición filosófica de cultura, aquella que la define como toda manera de vivir que nos permite gestionar lo humano, que nos predispone a entender lo humano. Como ese conjunto de capacidades adquiridas que nos facilitan, en definitiva, ser más humanos. Esto es justo lo que me cautivó, e incluso reconozco que llegó a parecerme de una genialidad y riqueza de conocimiento fascinantes.

Me emocionaron las aportaciones sobre las capacidades individuales, sobre cómo utilizando todo ese aprendizaje podemos escoger cual es la actitud óptima ante cualquier capítulo de nuestra vida. Sobre cómo el disponer de la más amplia paleta de herramientas emocionales es lo que nos garantiza, de manera indiscutible, la mejor respuesta; incluso ante la más inesperada de las adversidades.

Es precisamente la cultura la que nos permite tomar la suficiente distancia de nosotros mismos como para ser adecuadamente autocríticos, como para alcanzar la negación de aquellas conductas y pensamientos no apropiados. La que nos permite motivarnos con el impulso suficiente como para desear el llegar a ser otro, desear el cambio constante e infinito con el que transformarnos y construirnos día a día.

La mayor o menor capacidad de gestionar la cultura adquirida es lo que verdaderamente nos hacer cultos, inteligentes, humanos. No sigamos confundiendo ser culto con la habilidad de acumular conocimientos, de aprender contenidos, de atesorar sabiduría…;
…la cultura es sólo humanidad.