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martes, 29 de abril de 2014

La Metamorfosis

Todo comenzó una tranquila sobrecena, en la que como viene siendo habitual en mí, me predispuse a atender a uno de esos debates de La dos, a los cuales admito estar profundamente enganchada. En ellos, personajes de todos los ámbitos artísticos y culturales y sobre todo filósofos, dialogan con verdadera genialidad sobre cualquier apasionante tema.

Recuerdo cómo entre tanto pensamiento y tanta conversación a cuál más interesante, conseguí apropiarme de la reflexión que hacía Joan Carles Melich¹, sobre una frase de George Steiner², “…Quien haya leído La metamorfosis de Kafka y pueda mirarse impávido al espejo será capaz, técnicamente, de leer la letra impresa, pero es un analfabeto en el único sentido que cuenta..”. Sobre ella, el profesor afirmaba con vehemencia que nadie debería volver a ser el mismo después de enfrentarse a dicha obra. Aquella frase se convirtió en todo un ejercicio de provocación, de sutil forma de tentar mi lado más osado y a la vez curioso. 

Al día siguiente, y como esas adolescentes que esperan alocadas ser las primeras en acceder al concierto de sus ídolos, ya estaba plantada delante del mostrador de la mejor de las librerías, o al menos la que yo consideré en ese momento que no me defraudaría y dispondría en el acto del tan valioso y ansiado ejemplar. Mi inconsciente y desmesurado interés por su lectura se acentuó más si cabe cuando el dependiente, tras mi solicitud, y mientras lo buscaba entre las estanterías desbordadas de curiosidades e historias, ilustró mi espera con una de esas preguntas tan insospechadas como sorprendentes, con la cual mostraba su interés por el motivo que me había impulsado a desear leer a Kafka.

Aún recuerdo ese momento como si ambos, de repente, nos hubiéramos traslado a aquella atractiva mesa de discusión y debate. Como si ya desde antes de su lectura, el libro me incitara a la reflexión de la forma más explícita posible. Como si el ansia y la curiosidad iniciales, comenzaran a obtener los primeros frutos y un impulso irrefrenable me atrajera hacia su lectura más íntima.

Desde el principio todo pareció tornarse mágico, como si el fantástico mundo de Kafka hubiera empezado a envolverlo todo desde aquel preciso momento. El proceso de lectura no me defraudó. Se tornó tan breve como intenso. Tan sorprendente, como su atípico final, el cual no adelanto no solo para seguir alimentando la curiosidad por su lectura, sino porque estoy convencida de que hay tantas lecturas diferentes como lectores decidan enfrentarse a él.

Quizás, y desde mi experiencia personal, uno no vuelva a ser el mismo, es algo que aún desconozco. Lo que sí he concluido es que ayuda a encontrarnos con nuestro propio yo, con nuestra propia identidad y nuestro papel en la vida. A cuestionarnos si estamos siendo lo suficientemente egoístas como para alimentar nuestros pensamientos únicamente con todo aquello que nos impulsa a avanzar y a crecer. A reflexionar sobre si poseemos la voluntad suficiente como para alejarnos de todo aquello que nos resta energía, que nos contamina de negatividad y derrotismo.

Con más frecuencia deberíamos detenernos a pensar y reflexionar sobre qué es lo que conforma nuestra individualidad, sobre todo aquello que nos hace únicos y especiales, y por encima de todo, valorar la fortuna que encontramos en todo ello.

(1) Profesor de filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona

(2) Escritor, profesor y teórico de la literatura, Paris 1929.






lunes, 7 de abril de 2014

Mariposas.

Me encanta encontrarme de vez en cuando con alguna de esas frases que definiría como reveladoras. Esas frases que parecen remover nuestra más dormida curiosidad y consiguen incluso despertar nuestra inquietud por detenernos y reflexionar un instante.
Hace unos días me topé con una que captó mi interés de forma especialmente poderosa:

                     “El amor es como las mariposas: si las persigues desesperadamente se alejan, si estás quieto se posan en ti…” (Tagore)

Supongo que me gustó tanto porque resume mis pensamientos acerca del amor y, más especialmente, acerca de las diversas maneras de encontrarlo. Porque define de una forma bellísima el papel protagonista que la calma y el sosiego, la paciencia y la paz con uno mismo, deberían tener ante la predisposición de la búsqueda del amor.

No creo en esa especie de falso ajetreo, de incómoda impaciencia que parece perturbar a los que se predisponen  a una búsqueda activa del amor. No comparto el carácter de profesionalización con el que en los últimos tiempos se nos está vendiendo ese periodo previo de búsqueda del ansiado enamoramiento. Como si todo se tradujera a la simple ejecución de un plan ordenadamente pensado y a la vez, dudosamente eficaz. Como si bastara con ponernos en manos de una de esas empresas tan de moda que se encargan de prepararnos para todo. Para conseguir el mejor trabajo, ser las mejores mamás, tener la mejor forma física…y así un larga lista de mejoras, entre las que por su puesto está la de: mejore su vida encontrando el amor. Verdaderamente increíble.

Prefiero seguir creyendo en la improbabilidad de la vida, en su capacidad de sorprendernos día a día. En permitirnos soñar con el más impensable de los escenarios, de los encuentros.

Seguiré observando mariposas..