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viernes, 21 de marzo de 2014

Sensibilidad moral



Cada día encuentro un motivo más hacia el convencimiento de las virtudes de perseguir una vida pausada, una vida donde los momentos de silencio y de reflexión personal se conviertan en parte de la necesaria rutina de nuestro día a día. Ayer justamente encontré el último en una entrevista al filósofo Francesc Torralba. En ella relacionaba el perdón y el arrepentimiento con la capacidad, casi diaria, de reflexionar y de tomar conciencia acerca de la repercusión que nuestros propios actos llegan a ejercer en los demás, en particular aquellos que generan algún malestar e incluso dolor.

Hablaba de la importancia de tener una sensibilidad moral suficiente. Aquella que nos permita  admitir la posibilidad de equivocación en nuestro comportamiento, que nos permita reconocer cuándo no actuamos de forma correcta y que nos ofrezca distinguir el daño que, a consecuencia de todo ello, causamos indefectiblemente a los demás. Defendía este camino como la única manera de llegar a alcanzar un arrepentimiento verdadero; un arrepentimiento donde la voluntad de aprender de los errores y el compromiso de no volver a caer, sea lo que nos facilite disfrutar del generoso regalo del perdón.

A menudo me pregunto si no será este también un motivo más para refugiarme en todas y cada una de las palabras que dibujan las reflexiones en este blog.. Si la búsqueda y anhelo constante a dialogar con él, no son más que una excusa para conseguir esos momentos personales de silencio y reflexión donde reencontrarme conmigo misma, y con mis actos.

Deseo que sea así.




“..La persona que no es capaz de perdonar no es capaz de amar…” (Martín Luther King, 1929)



lunes, 17 de marzo de 2014

Gente Porqueno


Qué fantástica la definición que leí hace unos días de Juan José Millás sobre Louise Glück (Poeta estadounidense, 1943). En ella la definía, como a todos los poetas, como una escritora Porqueno, y excusaba al mismo tiempo esta definición de la diferenciación que mantiene uno de los personajes de su nueva novela, La mujer loca, entre “gente Porquesí” y “gente Porqueno”; dependiendo de la mayor o menor facilidad para adaptarse a las convenciones.

Esta singular forma de clasificación, animada por la literalidad etimológica del término utilizado, es seguramente lo que me ha resultado más atractivo, lo que ha despertado mi atención hasta el punto de hacerme reflexionar sobre si verdaderamente existe esa diferenciación y si en caso negativo, debería existir. Sobre si es cierto que hay personas que hacen (o dejan de hacer) las cosas por que sí, porque es lo que toca, lo normal, lo que todos esperan… o si, por el contrario, hay otras muchas que se mueven y viven guiadas únicamente por el impulso del porqueno.

No cabe la menor duda de que es en este segundo grupo donde deberíamos querer estar. Ansío formar parte de esas personas que nunca encuentran techo a sus sueños, que diferencian sus días por la suma de peldaños que consiguen avanzar, que exprimen cada segundo como si la  vida se renovara ante ellos cada mañana, donde el porqueno se convierte en motivo suficiente para actuar. Cómo no darnos cuenta que lo verdaderamente gratificante está en todo aquello que obtenemos tras atrevernos a cruzar la puerta de lo desconocido, de lo difícil y diferente, de lo que nos resulta a priori incómodo, incluso agotador.

Solo después de poner nuestros límites inexcusablemente a prueba una y otra vez, conseguiremos romper los techos que nos fijamos torpemente cada día.

Solo así reconoceremos la lógica infinitud de nuestras capacidades.



viernes, 7 de marzo de 2014

Cultura.


Hace unos días tuve la opción de atender a una entrevista sobre cultura y la posibilidad de vivir o no al margen de ella.

Desde el primer momento me pareció tan sorprendente como cautivadora. Tal vez porque no resultó responder al objetivo que a priori esperaba: la cultura y ser culto, es decir, las virtudes de convertirnos en simples eruditos. Pues no, precisamente comenzaba con la definición filosófica de cultura, aquella que la define como toda manera de vivir que nos permite gestionar lo humano, que nos predispone a entender lo humano. Como ese conjunto de capacidades adquiridas que nos facilitan, en definitiva, ser más humanos. Esto es justo lo que me cautivó, e incluso reconozco que llegó a parecerme de una genialidad y riqueza de conocimiento fascinantes.

Me emocionaron las aportaciones sobre las capacidades individuales, sobre cómo utilizando todo ese aprendizaje podemos escoger cual es la actitud óptima ante cualquier capítulo de nuestra vida. Sobre cómo el disponer de la más amplia paleta de herramientas emocionales es lo que nos garantiza, de manera indiscutible, la mejor respuesta; incluso ante la más inesperada de las adversidades.

Es precisamente la cultura la que nos permite tomar la suficiente distancia de nosotros mismos como para ser adecuadamente autocríticos, como para alcanzar la negación de aquellas conductas y pensamientos no apropiados. La que nos permite motivarnos con el impulso suficiente como para desear el llegar a ser otro, desear el cambio constante e infinito con el que transformarnos y construirnos día a día.

La mayor o menor capacidad de gestionar la cultura adquirida es lo que verdaderamente nos hacer cultos, inteligentes, humanos. No sigamos confundiendo ser culto con la habilidad de acumular conocimientos, de aprender contenidos, de atesorar sabiduría…;
…la cultura es sólo humanidad.