Hace unos días tuve la fortuna de
compartir entre amigos y buenas conversaciones un espléndido y calurosísimo
sábado. Y es curioso, pero cuando ya empezaba a echar de menos encontrar un
tema sobre el que poder hablar de amor, a alguien
se le ocurrió casi entre bromas, lanzar un objetivo para este año: “…enamorarse!”.
Creo que aún me estoy riendo.
Bueno, admito que todos nos reímos en un primer momento bastante, quizás entre una
mezcla de asombro y desconcierto sin saber casi qué decir; si responder con un
esperanzador “sí”, o directamente con
un rotundo “jamás”. Sólo el hecho de replantearnos e
imaginar cercano ese objetivo, hizo que fugazmente se tambalearan las parcelas
que conforman nuestra controlada y casi resuelta existencia. Es como si enamorarnos implicara
la debilidad de permitir acceder a alguien desconocido a nuestra fortificada vida,
alguien que llega para robarnos parte de nosotros, indudablemente de nuestro
apreciado tiempo, y con toda seguridad de nuestro amado corazón.
Y aunque es cierto que pocas
cosas reconfortan y abrigan más nuestra existencia que un amor correspondido,
que la sensación de amar y sentirse amado; lamentablemente pocas cosas son a su
vez tan difíciles de conseguir, sobre todo cuándo nuestro corazón es capaz de
mirar con la destreza y habilidad que te confiere el tiempo vivido y la madurez
emocional. No imagino a nadie que no desee sentirse
enamorado, que no anhele la sonrisa del amor, que no busque el calor de una
mirada, de un abrazo, de un dulce beso.
Quizás el verdadero amor sea solo
un sueño, quizás la realidad no nos permita encontrar aquello que
apasionadamente deseamos. Quizás ni siguiera exista…
O quizás nada de esto tenga
sentido ya, quizás ya me defina enamorada..