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viernes, 5 de febrero de 2016

Dulzura


A menudo me pregunto por qué recurro inconscientemente a llenarme de diminutivos cuando hablo con gente a la que quiero, o por qué me gusta tanto por ejemplo la pintura naif (1), o cuidar de las plantas… Pues sí, adoro la dulzura. Adoro a esas personas que me hablan como si sus palabras las meciera el viento, que te acarician como si sus manos fueran de algodón y que te miran como si con sus ojos pudieran besarte el alma.

Siento predilección por esas personas dulces, que se relacionan con el mundo desde esa parte sensible y mimosa que les aporta su alto grado de ternura, que aunque las define su apariencia frágil y su quebrada voz, poseen una valiosa virtud, la capacidad de amar no solo con el corazón, sino con cada uno de sus gestos, con cada tierna sonrisa, con cada inocente mirada, son el calor de sus abrazos.. Son todo ternura, capaces de demostrar lo liviano que se vuelve el camino cuando se recorre con suavidad y con calma, reconociendo el afecto que sienten hacia todo lo que las rodea desde la gratitud de sentirse afortunadas por vivir con plenitud una vida que es el mejor de los regalos.

Me siento feliz cuando me definen como una de esas personas dulces, amorosa con los demás e incluso algo consentida conmigo misma. Me reconforta cuando ven en mi esa dulzura, esa aparente fragilidad; en como les hablo, en cómo les miro y les sonrío por las mañanas;  algo que para mí es fundamental, algo que identifica lo que soy y que con apasionado empeño procuro cultivar cada día. 

Imagino cuánto mejoraría nuestra percepción de la vida y nuestra sensación de felicidad si todos intentáramos ser más mimosos, más amorosos con la gente con la que convivimos. Si nos permitiéramos regalarles una sonrisa de buenos días, si nos preocupáramos con sinceridad por ellos, si les dedicásemos generosamente nuestro tiempo a escucharlos con verdadero interés, si buscáramos compartir algo de nuestro entusiasmo, de nuestra alegría y nuestras ganas justo cuando más lo necesitan.

Ojala la vida me siga regalando la posibilidad de compartir infinitos ratitos con esas personas únicas y especiales, personas a las que siempre cuidaré como el mayor de los tesoros. Porque estar con ellas y compartir una mirada,  es como tocar el cielo..



(1) Pintura naïf (del francés naïf, “ingenuo”), caracterizada por la ingenuidad y espontaneidad, el autodidactismo de los artistas, los colores brillantes y contrastados y la perspectiva acientífica captada por intuición. En muchos aspectos, recuerda (o se inspira en) el arte infantil, muchas veces ajeno al aprendizaje académico.





 
Pintura Naif: “La Aldea”. Museo Histórico Religioso. Almonte

1 comentario:

  1. El pasado miércoles pude ver por televisión una entrevista que hicieron al Sr. Plácido Domingo e inmediatamente me acordé de esta entrada.

    Qué pacificador resultaba contemplarle. Admirable fue escuchar sus palabras, su dulce tono y su sosegada expresión, tan sencilla, tan natural, tan fácil.

    La generosidad que derrochaba era inmanente.

    Ante esto, es inevitable reflexionar, cómo lo que debiera ser una conducta habitual y cotidiana, se ha convertido en algo llamativo y cada vez más en desuso.

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